sábado, 4 de mayo de 2013

Llave maestra.

Los momentos buenos es perfecto pasarlos acompañados pero luego la pena siempre me toca pasarla sola. Hoy justamente es mi día, ese día que llega cada, últimamente en períodos de muy poco tiempo, a mi vida y me hace hundirme más en la mierda de este cuerpo inútil. Siempre me callo las cosas, siempre tengo que mostrarme indiferente y dejar pasar muchas cosas, siempre tengo que ser buena y comprensiva, siempre tengo que entender que a una persona que está triste no le apetezca tenerme a su lado pero no tengo derecho a entender por qué cuando soy yo la que está mal no puede haber alguien conmigo. Me levanto cada mañana, y hago todo movida por nada, por el simple hecho de levantarme de la cama y dar pasos a ninguna parte. Ya no encuentro ningún incentivo que me explique la razón de mis movimientos, ya no encuentro motivos por los que podría ser feliz ahora mismo, ahora mi vida se resume en un corredor sin fin, y ya no con pequeñas piedras que te hacen difícil seguir adelante, sino que ahora hay muros contra los que tengo que empujar mi propia cabeza dejando que una brecha me abra el cráneo y que todo lo que tengo en la mente comience a sangrar. Mi único modo de continuar andando, mi única salida para continuar con todo es haciéndome daño, cuando todos sabemos que las cosas serian mucho más sencillas teniendo a una persona, a quien sea, contigo, esa persona que hace que los muros que te impiden continuar se conviertan en puertas y que la llave para abrirlas la tenga esa persona que te acompaña. Supongo que todos merecemos a alguien en esos momentos de agobio y tristeza, alguien que, más allá de darnos la llave que encaje en la cerradura, nos dé su capacidad para escucharnos y hacernos ver que esa persona ya es una razón de peso por la que ser feliz.

Gracias a todas esas llaves maestras, gracias a todas esas razones, gracias por hacer más amena la vida de los demás. Va por vosotros.